Antropolicandria, la fabulosa invención de Boris Vian.

Escupiré sobre vuestras tumbas, Todos los muertos tienen la misma piel, La hierba roja, Que se mueran los feos, El otoño en Pekín, La espuma de los días, A tiro limpio y… El Lobo-hombre y otros relatos, son obras escritas por Boris Vian, esa mente prodigiosa capaz de volar fuera de los márgenes de la realidad para aterrizar luego en ella como si tal cosa.

Reconozco que me seduce mucho la obra y la vida misma de este ingeniero que devino escritor, poeta, virtuoso del jazz, compositor, periodista o dramaturgo y que falleció de un infarto en 1959 mientras veía el estreno cinematográfico de la adaptación que Michael Gast había hecho de su primera y más polémica novela: Escupiré sobre vuestras tumbas.

Pero quizá una de las cosas que más me ha fascinado siempre de este hombre ha sido su capacidad para ser a un tiempo provocador irredento y alma sensible, excéntrico donde los haya, irreverente y soñador. Sin embargo, tengo la sensación de que su obra se ha leído poco, se ha escuchado aún menos o se ha representado en contadas ocasiones. Pese a ello, todos -y cuando digo «todos» me estoy refiriendo a una totalidad que bien pudiera englobar a gentes de habla hispana de los 20 a los 60 años- conocemos bastante bien uno de sus relatos: el del lobo-hombre que viajó a París. Y cuidado, estoy hablando del «lobo-hombre», no del «hombre-lobo», puesto que son casos distintos.

Voy a incluirme dentro de esa generación que he citado antes, puesto que yo descubrí este magnífico relato gracias a una versión musical que el grupo madrileño «La Unión» hizo para una de sus canciones más emblemáticas: «Lobo-hombre en París».

Aunque no es una de mis preferidas -siempre me gustó más Sildavia o Entre flores raras-, lo cierto es que este tema me llamaba mucho la atención, pues encontraba lo que a mí me parecían incongruencias en su letra con respecto a lo que parecía ser la historia de un licántropo. En cuanto la escuché con un poco más de atención, buscando pistas al respecto, descubrí algo fascinante, que la canción era una versión muy libre de un relato de Boris Vian que trataba más bien del caso contrario, el de un lobo mordido por un mago -el mago de Siam- que acaba convirtiéndose en humano, o lo que Vian llamó, el fenómeno (inventado) de la «antropolicandria».

El lobo-hombre de Boris Vian

Sin embargo, muchos de los que han escuchado esta canción -y es una canción que se ha escuchado mucho- no se han enterado de estas dos cosas fundamentales y siguen pensando que el pobre Denis es un hombre que se convierte en lobo en las noches de luna llena (que es lo que parece deducirse de la versión rodada para el videoclip).  Pero si atendemos a la letra de la canción, resulta muy clara, pues reproduce con cierta fidelidad aspectos que están en esa historia inversa de un apacible y curioso lobo que tras ser mordido por un humano acabará en París disfrutando de su nueva y extraña naturaleza.

Creo que igual ahora resulta conveniente que volváis a escuchar la canción y entendáis esta historia que, con frecuencia se ha interpretado de manera opuesta y, de paso, podríamos leer también ese relato intimista que Boris Vian nos regaló. Yo lo he vuelto a leer estos días, aprovechado que ayer había una tremenda luna llena sobre Madrid, pero en realidad no hace falta ninguna excusa para leer o releer a los genios.

Silencioso ruido y helado de aguardiente.

Sabina títulos

Yo, al contrario que le ocurría a Sabina, si he vivido en el Barrio de la Alegría, que es un barrio de Madrid cercano a la M-30, conocido también (e irónicamente) como el barrio de «las Vírgenes», pues todas sus empinadas calles llevan el nombre de alguna.

Quizá, de haberlo sabido él, hubiera compuesto alguna canción memorable. Quizá, ahora que lo pienso, alguna canción memorable fue escrita por él sabiendo esto. Sin embargo, no recuerdo que fuera un barrio especialmente alegre ni demasiado triste, era un barrio como otro cualquiera, con sus Rosas de Lima y Barbies superstars, con sus hombres sin mes de abril y sus Marías Magdalenas, con algunos cerrados por derribo y desde luego con sus 19 días y 500 noches. Pero lo que recuerdo bastante bien es que era un barrio con mucho ruido.

No puedo decir que habitara en él un olvido, pero sí que poco a poco se hizo tan joven y tan viejo que resultaba imposible desear que nos dieran allí las diez. Algunas veces pensé que lo ideal sería que convirtieran el antiguo mercado en un bulevar de los sueños rotos, por el que pasear con las medias negras y la frente marchita. Pero eso nunca pasó y, aunque me sobraran los motivos para salir de allí, al final siempre regresaba, porque mi vida en ese barrio era como la del pirata cojo, vida de purísima y oro, entre la calle melancolía y la que se llama soledad.

Y es que, los peces de ciudad siempre preferimos de postre… el tiramisú de limón.

(Hoy me levanté muy Sabina y tenía que soltarlo por alguna parte)

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